Rafael Montoya Villalobos, presidente municipal electo de San Francisco del Oro. |
Los comicios electorales que se realizaron en Chihuahua en
días pasados tienen precedentes en cuanto al hecho de que simplemente los
escaños no favorecían tan rotundamente a un partido político como en este caso
es el “Partido Revolucionario Institucional”, por sus siglas el PRI.
Las rebeliones de tipo oral y escrita en algunos lugares de
la web, sobre todo en redes sociales y otro tipo de lugares, no se dejaron
esperar, sin embargo y en contra de lo que se diga, simple y sencillamente se
dejó sentir la voluntad de un pueblo que se enfrentó y a la vez fue
protagonista de un fenómeno social que sería muy bien un ejemplo para los
politólogos de América Latina. No hubo dedazos, no hubo trinquetes y sí hubo el
ejercicio democrático de un ritual milenario que se llaman “Elecciones”.
Pese a los insultos vertidos en contra de los candidatos del
Revolucionario Institucional, las cifras fueron contundentes y definitivamente
inclinaron la balanza etérea del Vox Populi hacia el legendario partido
tricolor que siempre ha demostrado no quebrantarse ante las vicisitudes y altas
y bajas que ofrece el lineamiento de la historia.
“Bitácora parralense” ha mantenido desde los inicios de los
primeros blogs de este humilde escritor digital, contacto con intelectuales y
eruditos de diferentes partes del Mundo. No se ha manifestado ni en favor ni en
contra de persona alguna, aunque algunas veces proporciona la la información de
una manera bastante irónica.
Rafael Montoya Villalobos me dio la oportunidad de escribir
mi primera columna de tipo cultural, considero yo, y espero que mis arrogancias
no se adueñen de mí. Recuerdo que tiene una manera de escribir muy particular y
una intuición que únicamente en Carlos Montemayor detecté.
¿Qué decir de nuestras andanzas en la sierra tarahumara en
donde me complací de acompañar al ahora Gobernador constitucional del Estado
Grande de la República Mexicana, el señor César Duarte, quien siempre me trató
con dignidad humana?.
De la tinta a la política. Ese fue Rafael Montoya, quien con
su agudeza crítica supo observar las actitudes de los diferentes actores del
escenario social de todo el Estado. Se convertía en uno sólo ante el teclado de
su computadora portátil y su análisis tenía un sabor y una estrategia propios
de un verdadero dramaturgo de tragicomedia.
A las humilde oficinas de “Bitácora parralense” no les queda
más que felicitar a la ciudadanía de San Francisco del Oro y en hora buena para
todos los auríferos chihuahuenses.
El Príncipe de los Ingenios, desde hace siglos dejó como
testamento estos consejos para todo servidor público.
"Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho,
está. ¡Oh, hijo!, atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte, y ser norte y
guía que te encamine y saque a seguro puerto de este mar proceloso donde vas a
engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo
profundo de confusiones. Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios; porque
en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo
segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo,
que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá
el no hincharte, como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto
haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de
haber guardado puercos en tu tierra. Haz gala, Sancho, de la humildad de tu
linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que
no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde
virtuoso, que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe
nacidos han subido a la suma dignidad pontificia o imperatoria; y de esta
verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho, si
tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para
qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se
hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre
no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés
en tu ínsula alguno de tus parientes, no lo deseches ni le afrentes, antes lo
has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta
que nadie le desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a la
naturaleza bien concertada. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele
tener mucha cabida, con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más
compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones
del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del
rico, por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y
debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al
delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si
acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino
con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún
enemigo tuyo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso.
No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella
hicieres, las más veces serán sin remedio, y si le tuviere, será a costa de tu
crédito y aún de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte
justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y
considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu
razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con
obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del
suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo
de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de
la depravada naturaleza nuestra, y, en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer
agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente; porque aunque los
tributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el
de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas
sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios
colmados, tu felicidad indecible; casarás tus hijos como quieres; títulos
tendrán ellos y tus nietos; vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y, en
los últimos pasos de la vida, te alcanzará el de la muerte en vejez suave y
madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros
netezuelos."
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